Un homenaje a Raúl Alfonsín
Por Luis Domenianni
Conocí a Raúl Alfonsín allá por 1971. Ese primer encuentro me permitió definirlo. Lo vi lleno de vida, decidido, emprendedor, fuerte de carácter, terco, afable, simpático, culto, voluntarioso, valiente. Lo imaginé lector y protagonista. Capaz de durezas y de flexibilidad. Tan pronto a la sonrisa como al gesto adusto. Memorioso y concentrado. Político y humano. Y, por sobre todas las cosas, radical. Defensor acérrimo de esos valores que el radicalismo encarna: la igualdad de oportunidades para todos, la defensa a ultranza de las libertades públicas, el concepto social del bien común.
Así lo vi y lo imaginé en 1971 y así lo pude definir el 31 de marzo de 2009 cuando nos dejó para siempre. No fue mérito mío que su radiografía permaneciese inalterable al cabo de casi cuarenta años. No soy psicólogo, mucho menos adivino. Fue mérito suyo. Un mérito que se resume en un solo vocablo: coherencia.
Le tocó bailar con la más fea. Dictaduras militares, enfrentamiento fratricidas, violaciones sistemáticas de los derechos humanos desfilaron a lo largo de su vida hasta el momento de asumir la presidencia de la República. Y no le sacó el pecho a las balas.
Jamás apoyó a los gobiernos de facto. Jamás aprobó soluciones violentas. Siempre, invariablemente, durante los años de plomo militó en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y defendió presos políticos. Fue el único político que no se sumó a la efímera euforia por la recuperación bélica de las Malvinas.
La coherencia fue reconocida por el pueblo argentino cuando lo ungió presidente con casi el 52 por ciento de los votos. Y con su voluntad de hierro acometió sobre un escenario internacional definido por los historiadores como la “década perdida” y sobre un escenario local plagado de heridas aún no cerradas.
Recuerdo mi orgullo cuando a través de un simple comunicado dio a conocer el decreto de enjuiciamiento a las juntas militares. Fue nueve días después de asumir la presidencia. Cuando en las Fuerzas Armadas pululaban los represores con mando militar. No fue treinta años después cuando solo conforman un conjunto de ancianos.
No olvido mis lágrimas en los jardines de la Casa Blanca cuando, ante un omnipotente Ronald Reagan, guardó en su bolsillo el discurso preparado e improvisó una alocución sin tapujos y sin concesiones para expresar su absoluto desacuerdo con la invasión norteamericana en ciernes a Nicaragua.
Jamás borraré de mi memoria la avenida Champs Elysées de Paris embanderada con enseñas argentinas, hecho que rompía el estricto protocolo francés.
Tengo siempre presente su mayor logro: dotar a la Argentina de una democracia duradera. Lo logró pese a los incomprensibles catorce paros generales, a los tres levantamientos militares, a el extemporáneo ataque guerrillero a un cuartel militar.
Reflexiono sobre sus fracasos: avanzar hacia una imprescindible libertad sindical, transformar el régimen hiper presidencialista en un parlamentarismo de avanzada, fortalecer el federalismo cuyo símbolo era el traslado de la Capital Federal.
Me duele el final apresurado de su gobierno debido a una hiper inflación cuya responsabilidad jamás evadió aunque sus culpas solo explican una parte del problema atizado por otros que buscaban el poder a cualquier precio.
Aplaudo sus apuestas por la paz cuando terminó con las hipótesis de conflicto con Chile y sentó junto al presidente brasileño José Sarney las bases del Mercosur.
Sostengo su compromiso con los más necesitados –en particular las madres de familia- cuando desarrolló, sin menoscabo de la dignidad individual, el Plan Alimentario Nacional y el Plan Nacional de Alfabetización.
Valoro sus enseñanzas filosóficas cuando conversaba, antes y después de su gobierno, cuando yo era muy joven y cuando ya no lo era, sobre el concepto krausista de la actuación del individuo, como tal no como parte de una masa o de un grupo, para el mejoramiento de la sociedad.
Me llena de satisfacción y redobla mi compromiso cuando recuerdo que me designó como primer director, en la recuperada democracia, de Radio Nacional y luego como gerente del hoy Canal 7. Pero más me satisface el no haber recibido jamás una indicación, ni siquiera una insinuación, para censurar a nadie que opinase distinto.
Por todo ello, a un año de su desaparición, sólo me queda repetir una vez más, gracias Raúl Alfonsín.
LUIS DOMENIANNI
No hay comentarios:
Publicar un comentario